Daniel Médici ingresó a los scouts a sus 14 años. Invitado por un amigo, se animó a participar en una jornada. La semana siguiente fue a un campamento, y allí encontró su vocación. Aquel adolescente, seguramente, no imaginó el impacto que el movimiento iba a tener en su vida. La actividad se interiorizó tanto en su día a día que sus hijas crecieron escuchándolo hablar del grupo y de sus aventuras: un día, le preguntaron qué eran los scouts. Y ahí empezó todo.
Para ese momento, las nenas tenían siete y nueve años. Con el pasar del tiempo, su grupo (Scout Independencia) había empezado a “decaer” -así lo narra él-. “Cuando ellas empezaron a interesarse, casi se había disuelto. Como ellas preguntaron y yo quería que vayan y que vivan eso que yo viví, empezamos a juntarnos viejos amigos y atrajimos a nuestros hijos”.
Los nenes, por supuesto, encantados. Los grupos scouts promueven el desarrollo integral de los niños y jóvenes con actividades al aire libre y con tareas educativas. En las reuniones aprenden habilidades prácticas, hacen servicio comunitario y fomentan una ciudadanía activa. Y en ese ámbito se criaron Carmen y Abril. Y se lo agradecen mucho a su papá. “Ves todo de diferente manera; te enseñan a ser más conscientes del mundo en que vivimos, sobre las problemáticas que hay y sobre que no te sientas tan chiquite (sic) para realizar cosas o para resolver problemas. Desde cosas pequeñas podemos hacer grandes cambios”, reflexiona Abril.
Agradecimiento
“Yo hice grandes amigos, aprendí mucho y conocí media Argentina, Brasil e incluso Inglaterra con los scouts. Y todas esas enseñanzas te dejan recuerdos en el corazón -comenta Daniel-; cuando vinieron y me preguntaron, no lo dude. Pero lo nuestro fue raro, porque yo era jefe de grupo: tuve que explicarles que ahí, en los scouts, ellas no tenían a su papá. Y eso también forjó nuestra relación”.
“Ya de más grandes comenzó a ser molesto tenerlo tan cerca (ríe Carmen), pero para nosotras era normal. Lo bueno es que llegamos a convivir más y a compartir otra parte de él, algo que sabíamos que había ocupado gran parte de su vida de joven”. “Ahí, participando, entendí por qué le gustaba tanto; y está bueno... tenés otra relación y compartís la vida con tu papá en otros espacios”, confiesa y su hermana completa la idea. “A veces es bastante complicado coincidir en algún gusto con tu padre. En nuestro caso se hizo bastante sencillo: compartimos anécdotas y relatos. Y sí, agradezco mucho que me haya ingresado en este mundo”, dice Abril.
Consecuencias
De “grandes” (ahora tienen 16 y 18 años) ambas podrían haber tomado caminos diferentes, pero jamás quisieron alejarse. “Lo que me retiene es la costumbre, pero en el buen sentido: tengo muchos amigos, y además sé que me levanto, feliz, los sábados y que tengo que ir. Me ayudó a ver las cosas de otra forma, a saber cuáles son las necesidades de la gente, a armar proyectos, a saber que puedo ayudar en algo”, añade Carmen.
Los años de aprendizaje no fueron en vano. “La vida scout te da muchas cosas: organización, orden, valores... y yo veo todo eso en ellas: la vida de campamento, una noche de frío... todo eso te enseña. Este verano hicimos un viaje al sur y noté todo esa enseñanza: nos complementamos perfectamente. Mientras yo manejaba, una cebaba mates y la otra buscaba hospedaje para el próximo pueblo, o llegábamos a un lugar y decían ‘este camping está bueno, armemos la carpa’. Eso un trabajo en equipo, que te lo enseña el escultismo, eso y el tratar de dejar un mundo mejor. Y me alegra que ellas hayan podido aprenderlo”, concluye Daniel.